Me pedís que te escriba
más versos. Qué mandona.
Qué almita más glotona.
Siempre serás la piba
que exige un chocolate
a dos de la mañana,
la tirana lozana,
pillina. Escaparate
de lo que no soporto,
una sola sonrisa
y me rindo. La prisa
por complacerte, corto
de tiempo, es entimema:
aquí está tu poema.
Me maliciás. Cavás
en mis poemas para
ponerlos cara a cara
con lo que soy, los das
al ominoso osario
de lo mentido. Yerra
quien escribe. Qué perra
que es la palabra, diario
contubernio de frases
que voy eslabonando.
No hay ni por qué ni cuándo:
un idiota, sus fases.
Escribís con la unción
de un álamo bucólico.
Como tu tío alcohólico,
vivís de la pasión
de hacerte de fronteras
que afirmen sin tapujos
que los que no son brujos
tampoco son parteras.
Escribís a rebato
¿y te quejás ahora?
Instalaste Fedora
después de asar un pato
y comértelo. ¿Más?
Ya no significás.
